viernes, 6 de enero de 2012

Una hermosa mujer II

Estaba completamente seguro que esa hermosa mujer que conocí no iba a volver aparecer desde que fui completamente sincero con ella. Ya había pasado una semana desde entonces. Aún recuerdo como torció el gesto y desapareció con una sonrisa. Ese era el preció de ser sincero, bueno, medio sincero. Y la verdad no sentía remordimiento, ni pena, ella que se hacia llamar Eva, era una mujer perfecta, tan perfecta que sabría de mis posibilidades ante ella como amante, como hombre, como lo que fuese: Eran nulas. Ni siquiera lo intentaría.

Yo de tanto, no perdía la costumbre de tumbarme en la banca del parque central durante la noche a disfrutar de mi cigarrillo diario. Solo fumaba de noche, que era donde la actividad cerebral se hacia poco intensa, y quedaba tiempo para pensar en esa mujer, que un día se marcho dejándome solo eso, pensamientos, frustrantes pensamientos.

—Hola Facu —dijo alguien detrás de mí. Era una tenue voz que se había grabado en mis recuerdos auditivos desde la primera vez que la oí.

Me giré para comprobar que era la persona de la que se trataba. Me impresioné, pero intenté mostrar frescura e indiferencia, no fuese que la espantará otra vez. Aunque para mis adentros, era imposible de creer…

—Hola Eva —la saludé y me giré de nuevo para estar frente al humo que expedía mi cigarrillo.

La rubia de ojos claros, con un cuerpo deseable fue hasta mi banca y se sentó juntó a mí. Olía como a frambuesa cerca de su cabello suelto; distinguía el olor con claridad. Era esa fragancia de Victoria Secret que también usaba aquella mujer de mi pasado. Esa tonta mujer. ¡Mierda! Odio recordar.

—Huelo raro —interrumpió Eva oliéndose así misma cuando noto mi expresión. Pero no era su olor, eran los tontos recuerdos. ¿Pero cómo iba a decírselo?...
—No seas tonta —repliqué arrepintiéndome de haber usado esa palabra, ella no era para nada una tonta—. Tienes un aroma esplendido...
—Claro —refutó con sarcasmo. Me reí y le ofrecí mi cigarrillo. Ella lo tomó y le dio una calada.
—¿No traes hoy los tuyos?
—La verdad es que hoy no vine a fumar —su voz tenía la capacidad de embobarme. Cada que hablaba, me preguntaba dónde podría estar su imperfección.
—Entonces... —le seguí la conversación, más que porque ello me importará, era por seguirla escuchando hablar.
—Lamento lo del otro día —dijo bajando la mirada de sus ojos azules al suelo.
—No hay problema. Yo también habría salido corriendo —le dije sonriendo.

Nos quedamos sentados en silencio por varios minutos, yo intentaba recobrar la compostura y no dejarme llevar por la belleza de aquella mujer sentada al lado mío. Intentaba con todas mis fuerzas no girarme para quedarme viéndola, pero aún así, me giraba en ciertos momentos para observarle. Ella seguía con la mirada gacha.

—¿En qué piensas? —rompí el silencio que se volvía incomodo.
—¿Por qué no me miras con interés, aún después de decirme lo que pretendías en una mujer? —¿estaba hablando enserio?, enfoque mis ojos a la luna. Sí, al parecer la pregunta era sería, no añadió una sonrisa, ni nada.
—Estás acostumbrada a eso entonces —le respondí intentado evadir el tema.

Sentí su mirada fijarse en mí. Era incapaz de voltear.

—Hasta mujeres como yo, también buscan disfrutar de pequeñas cosas.
—Una buena charla por ejemplo —contesté.
—Un cigarrillo y buen sexo por ejemplo —respondió ella. La escuche reírse con picardía.

¿Estaba pasando esto realmente?... Volteé la cabeza para mirarla, en ningún momento me quito la mirada de encima, y yo a ella tampoco. Y verla mirándome así, la hacia ver mucho más hermosa, sus ojos muchos más azules, su boca aún más rosada y delgada, y sus pómulos de un color algo rosado.

—¿Quieres dar una vuelta? —le pregunté. Ella sonrió y se levanto primero que yo. La observé de cuerpo completo nuevamente. Increíble. Era incapaz de levantarme. Ella tendió su mano para ayudarme, le sonreí y me levante. Me temblaban las piernas.

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